sábado, 27 de diciembre de 2014

Un cine vacío

Ayer el azar nos convocó en un cine vacío. Tan vacío como lo estaban nuestros corazones aquel lejano día en que nos conocimos.
Tú y yo… dos almas tan distintas entonces, y que acabaron siendo tan iguales… a las que el tiempo y el amor hicieron tan semejantes.
Estábamos avocados a cruzar la vida juntos. El destino enlazó nuestras manos… Hizo que te soñara antes de conocerte, y después… después ya no pude dejar de soñarte.
Tus ojos han quedado grabados en mi alma, y cuanto más me alejo de ellos más cerca te siento.
Ayer… con la complicidad de aquel cine vacío, que sólo los dos ocupábamos, ante una película infecunda, que me otorgó el precioso regalo de observarte a ti, rociada por los destellos de aquella enorme pantalla, que hacían brillar tus grandes ojos, y se me hacían luminosos, tal como estrellas que guían el sinuoso camino de mi vida… lo que son… lo que fueron… lo que serán, ya que siempre lo han sido; mientras los míos, clavados en ti, sin tú saberlo. Como tantas otras veces los clavé a lo largo de los años, y en tantas circunstancias… crispados por el dolor o velados por el placer, pero mostrándome cuanto de inmensa tienes.
Con tu mirada ausente… trataba de prolongar esos minutos… ese sueño de tenerte cerca… de observarte sin la presión de sentirme observado… intimidado por tu ternura.
Una película más… como muchas otras a las que asistimos en nuestras vidas en común… antaño. Como tantas… mudas e infecundas, o al menos para nosotros entonces… Porque no ansiábamos verlas ni entenderlas; tan solo sentirnos cerca. Amarnos con la complicidad de aquella excitante penumbra que nos ofrecía el haz nebuloso de aquel proyector, que a fuerza de ampararnos envejeció con nosotros.
Y ayer, ese ayer, el del día antes de hoy, y no el de antaño; cuando miraba tus ojos, perdidos en la pantalla, y al abrigo de aquel cine, cuyos únicos habitantes éramos nosotros dos… encontré aquellos ojos una vez más… tan hermosos como los de entonces, muchos años atrás… portadores de la misma ilusión que cuando te robé el primer beso, o te prometí mi amor.
Luego, temí que aquella insulsa película llegara a su fin. No quería abandonar aquella sala, que empezó siendo un espacio vacío pero que acabamos llenando tu y yo… No había sitio para nadie más. Todo lo ocupó nuestro amor.

Necesitaba muy poco entonces y prácticamente nada ahora… me basta con los recuerdos,  con seguir soñándote cada noche y que el destino me haga un guiño de vez en cuando; como ayer… regalándome el amparo de una sala vacía y una mala película.

sábado, 20 de diciembre de 2014

Aciaga Navidad

La navidad. ¿Un momento mágico?
Ahora llega la navidad; es tiempo de besos, abrazos… buenas palabras… decir lo que no se piensa, si es malo lo que se piensa… y si no se quiere faltar a la verdad, adornarlo con barrocas palabras, que al final acaban rayando en la mentira.
La navidad es mágica… eso dicen… es mágica para los niños , que no entienden de maldades ni de hipocresía, digo yo, o para los necios, los que lo son o los que nos volvemos, en estos tiempos de zalamerías, derroches, (los que pueden, que cada vez son menos) y generosidad mal entendida.
Pero para cualquiera que no sea niño, ni cándido; la navidad no es distinta a cualquier otra época del año.
Bien es cierto que se celebran almuerzos… cenas… brindis… Como el que celebró junto a los periodistas, el jefe de un gobierno de corruptos… que promete ser más bueno en el futuro, o por lo menos, hasta que las urnas se pronuncien y decidan si seguirán siendo sus colaboradores quienes nos roben, o vendrán otros, cargados de buenas palabras, pero que sin duda no tardarán en repartirse su trozo de pastel. Porque empiezo a pensar que en este país, eso de de ser ladrón y político, excepto muy honrosas excepciones, va de la mano.
Y cenas… cenas de empresas… los que todavía tienen la fortuna de pertenecer a alguna; que no tengan que vivir del paro o de míseros subsidios.
En las cenas de empresas procuramos dejar de ser nosotros mismos, y prolongarlo todo lo que nos sea posible… alargando cada plato, comiendo despacio, riendo mucho, con cada chiste, por muy patético que este sea… con cualquier estupidez. Luego estiramos la hora de las copas… porque estamos felices… simplemente… sin saber muy bien por qué. Procuramos alargar las horas… sin pensar en que se acabarán esos momentos en que no somos nosotros, puede que ni mejores ni peores, simplemente… otros.
Las organizamos en restaurantes caros… lo más caros que pueda permitirse la generalidad… y hay quienes cenarán chóped en noche buena, y harán que lo cene su familia, pero se dejarán lo que les cueste el cubierto, para asistir a tan glamuroso evento; olvidando que la vez que mejor lo pasaron en sus vidas laborales, fue jugando un futbolín y bebiendo una cerveza a morro, en el bar de la esquina, con sus compañeros más allegados.
Luego se sacarán fotos… bebiendo y riendo… con los jefes, y los jefes de los jefes… Como si fuese una constante, compartir esa camaradería… Como si fuese lo habitual… tan compenetrados como soldados de un mismo frente, pero obviando que en todos los ejércitos siempre hubo oficiales y clases de tropa.
Mañana amanecerá… el sol se dibujará por encima de las montañas como cada día… pero ya no será navidad. Los problemas seguirán ahí, pero habrá que afrontarlos con la resaca de aquellas copas de más, y con el recuerdo de aquella cena de empresa, en la que todos nos sentimos importantes… únicos por unas horas.
Los jefes, ahora volverán a ser los que eran…  buenos o malos, los de siempre; y no maravillosos, como en la cena de empresa. Estarán tan frustrados como tú… porque todos los jefes tienen otro jefe, y el más jefe de todos los jefes… tiene algo peor… su conciencia. Y pobre del que no tiene conciencia, porque antes o después deseará haberla tenido.
Me queda por mencionar los almuerzos, los almuerzos navideños; estos son mis preferidos, y de todos ellos, cuando se reúnen un montón de jubilados, para verse un año más y recordar sus pasados.
Para mí, estas comidas son las más puras, las más auténticas; porque en ellas no buscan medrar, ni tienen que dorar la píldora a ningún imbécil, ni a ningún engreído, tampoco a nadie que sea ambas cosas, que van juntas a menudo.
Los jubilados, en estos encuentros, ríen o lloran de verdad, sin que nada ni nadie los condicione; porque ya están de vuelta de todo, y su edad les proporciona tablas y agallas de sobra para hacerle un corte de manga a la vida… tantas veces como quieran.
Esos jubilados, que, unos hace más y otros menos, una vez fueron jóvenes; y unos cuantos más que se niegan a dejar de serlo… Esos... son mis héroes… por ellos… y sólo por ellos, debería ser verdad la navidad, y no una ficción comercial.
Mi padre; un octogenario que siempre sabe sacar su mejor humor cuando me encuentro con él, contándome anécdotas de su almuerzo navideño de este año, me relató como un compañero de su quinta, con ochenta y dos años en su haber, se niega a dejar de circular en su vieja motocicleta de gran cilindrada, a pesar de su edad, y que suele viajar a menudo con su señora, de Málaga a Granada, para tomar un café.
Y esos… esos son mis ídolos, hombres a los que me gustaría parecerme, si la vida me da tregua para alcanzar esas edades.
Pero cuando pregunté a mi padre cuando estaba prevista la próxima reunión… vi más claro que nunca que la navidad es una farsa. – En breve…- me dijo, -… esas comidas las celebramos a menudo.
 Ya perdieron demasiado tiempo en sus vidas esperando para celebrar algo. Mi padre, con sus ganas de vivir y de reír, mi madre que siempre da un paso adelante ante cualquier festejo, junto con sus amigos los motoristas, no necesitan la navidad para ser felices, ni su amparo para festejar nada. Ellos y su extenso grupo, que celebraron tantas navidades, no precisan días en rojo en ningún calendario para arañarle alegría a la vida, ni que el Corte Inglés les diga que han de divertirse en navidad… ellos lo hacen durante todo el año… Siempre que pueden.
Por eso ahora estoy más seguro aún que antes… la navidad es sólo para los niños y los necios.