domingo, 14 de septiembre de 2014

La Abuela María

Lo peor que tiene la vida es que corre sin darnos cuenta… Va pasando… poco a poco a veces, o demasiado rápida para que nos dé tiempo a apreciarla, en determinados momentos. Pero al final… por desgracia… siempre hay un instante en que cobramos conciencia de que algunas personas murieron demasiado pronto… que la justicia divina, si de verdad existiera y fuese tan imparcial como dicen, yerra demasiado.  Porque hay personas que por sus actos… por su bondad, por su bien hacer; merecieran vivir dos vidas, y una de ellas sin ningún padecimiento.

María fue desde muy pequeña una niña humilde.  En su juventud se vio obligada a vivir el lado más oscuro de una guerra entre hermanos, nuestra lamentable Guerra Civil. Donde los más inocentes, como la joven María, pagaron las consecuencias de las bravuconadas del montón mal nacidos que empiezan todas las guerras, y que luego se van de rositas, sin pagar ningún tributo por haber generado tanta miseria, horror y muerte.

El caso es que María, aunque nunca fue su guerra, le tocó, como a tantos otros, penar por causa de ella. Fue el principio de una vida llena de momentos difíciles, de mucha hambre… de mucho sufrimiento.

María, a lo largo de su vida, se vio obligada a soportar mucho… muchísimo dolor. El destino la dejó viuda demasiado pronto, y le arrebató un hijo cuando sólo era un niño. Ella lo soportó, con entereza y resignación, a pesar que siempre pudo verse en su mirada, además de que era toda corazón, que aquellos hechos la marcaron, y le dejaron el alma herida de por vida.

Yo tuve la suerte de conocerla cuando ya era muy mayor, porque contraje matrimonio con una nieta suya… y fue un honor… convertirme en su nieto también.

María me abrió los brazos desde que empecé mi noviazgo con su nieta, y nunca olvidaré, en los primeros momentos de mi relación, cuando todavía era prácticamente un desconocido, como me acogió… como a un nieto más… con tanta generosidad que me hizo sentirla abuela.

Luego la descubrí como lo que en realidad era; las gruesas raíces de un árbol enorme, de donde pendían los frutos que había dado… sus tres hijas… generosas como ella, educadas según su patrón, sus nietos y bisnietos; que la quisieron siempre con devoción, y lo más impresionante, a su lado tenía una gran familia, que a pesar de que la cercanía de parentescos se disipaba, la querían como a una madre, como lo que merecía.

Ahora María ha fallecido… tras una larga enfermedad, no exenta de sufrimiento; ha descansado en paz… Ya no habrá más dolor para ella.

Mientras escribo estas líneas, con los ojos inundados en lágrimas, me doy cuenta que en realidad María no está muerta… jamás lo estará. Porque ella, con su cercanía, nos hizo mejores a todos los que la conocimos, y nos mostró lo grande que es el amor.


DESCANSA EN PAZ MARIA… DESCANSA EN PAZ ABUELA.